lunes, 13 de abril de 2015

Mandrágora

Lunes 27 de marzo del 2073

            Desde que ingresé al laboratorio sabía que trabajaría con la élite en el campo de la ingeniería genética, pero jamás pensé que iba a tener la suerte de terminar en el equipo del doctor Kozlov. Él fue el pionero en manipulación de virus, el primero en conseguir con éxito modificar el virus de la hepatitis A para que ataque las células cancerosas en el hígado sin dañar al paciente.

            Sin embargo esta vez habíamos logrado algo más grande, tanto que revolucionaría por completo la medicina. Tomamos el virus de Coxsackie y lo empezamos a manipular, con la esperanza de poder formar un virus capaz de atacar partes del cerebro a voluntad. Elegimos este virus en particular porque, si bien es un agente causante de meningitis, es más común encontrarlo en otras partes del cuerpo, con resultados menos agresivos.

            Nuestro objetivo inicial era paliar el Alzheimer y el Parkinson, mediante la eliminación no invasiva de las neuronas enfermas. Como pasa el noventa y nueve por ciento de las veces en medicina, descubrimos accidentalmente que el virus no solo eliminaba las neuronas, sino que lo hacía de un modo tal que el cuerpo reparaba el daño tras él. ¡No solo aliviábamos la enfermedad, de hecho la curábamos!

            El desafío fue entonces llevarlo por los pasos pertinentes para poder empezar las pruebas en humanos. Hoy fue ese gran día. El hospital especializado en enfermedades neurodegenerativas que la Universidad tiene en su campus nos envió un paciente con Alzheimer. A primera vista parecía tener aproximadamente ochenta años. Al verlo entrar lo primero que me sorprendió fue lo lúcido que estaba. No tomé en cuenta que era pleno mediodía, y la enfermedad tiene sus peores momentos durante el amanecer y el anochecer.

            El hospital quiso que el sujeto no estuviera en un estado muy avanzado de la enfermedad, para que el mismo pudiera darnos una descripción de su estado actual y reportarnos sus avances durante el tratamiento. Como precaución acordamos tenerlo bajo vigilancia las veinticuatro horas del día y, siendo el de menor antigüedad, me tocó la primera noche.

            Aparentaba estar lúcido y, teniendo en cuenta que la mejor forma de saber si algo estaba mal era mantenerlo despierto, empecé a hablar con él, a preguntarle sobre su vida. Enseguida empecé a notar los síntomas de la enfermedad. No estaba seguro de por qué estaba en el laboratorio, y estaba convencido de que no sufría ninguna enfermedad. Cuando le pregunté en que año creía estar respondió en el 2056. Empezó a revolver en los bolsillos de la bata buscando una billetera, para mostrarme fotos de sus hijos; se desesperó al no encontrarla, pero lo tomé de las manos y le pedí que esperara, que la había dejado en sus pantalones. Fui por ella y unos segundos más tarde volvíamos a hablar con normalidad.

            Junto a las fotos de su hijo había también de una orquesta. Le pregunté el motivo y me contó que era compositor y director de orquesta, que de hecho había estado componiendo una obra muy poco tiempo atrás; no recordaba por qué había dejado de trabajar en ella. Para distraerlo busqué en la computadora algunas de sus viejas presentaciones y mientras escuchábamos la música le conté algunas cosas de mi vida.

Vivo solo en un departamento en la ciudad, lejos del campus. No estudié en esta universidad y, como mi intención al mudarme fue trabajar en alguna empresa farmacéutica, me pareció más lógico asentarme en la ciudad. Fui pasando de trabajo en trabajo, siempre aburriéndome; en los laboratorios en los que estuve los equipos de investigación se dedicaban a trabajar sobre problemas ya resueltos, buscando fórmulas ligeramente distintas a la conocida con el objetivo de poder obtener una nueva patente. Cuando me di cuenta que el sector privado iba a ser así sin importar en donde estuviera la decisión fue obvia.

            Vivo en un octavo piso al frente, un dos ambientes con un balcón que cruza del dormitorio al living; es cómodo y aunque un poco chico, más que suficiente para una sola persona. El edificio es de diez pisos solamente, con dos departamentos en cada uno; en el otro semipiso vive una chica llamada Halia. Hacía unos años que había empezado a cruzarme con ella y charlar; charlas casuales, temas típicos. De a poco me fui enamorando de ella, pero nunca llegué a confesárselo. Últimamente cuando la encontraba en el pasillo solo la saludaba y seguía de largo.

            Halia es hermosa. Llegó de Hawaii con la intención de estudiar en la universidad pero al poco tiempo su padre murió y tuvo que salir a trabajar y abandonar sus estudios. Es alta, quizás un poco más alta que mi metro setenta y ocho de estatura, pero es difícil decirlo porque a veces usa tacones. Es algo robusta pero con la altura lo lleva bien; su piel es de un color canela oscuro, con ojos café apenas achinados. En una de tantas charlas descubrí que es mestiza. Su padre era de origen hawaiano; su madre, italiana; ella había ido a Hawaii de vacaciones y nunca volvió a su patria. De allí venía su tono de piel y un ligero resplandor verde que podía adivinarse en sus ojos.

            Muy paulatinamente cuando empezó a anochecer se me fueron revelando los verdaderos estragos de la enfermedad. En un momento su rostro se puso en blanco, como si estuviera tratando de recordar algo. A los pocos segundos comenzó a preguntarme quien era. Le expliqué pacientemente toda la situación, pero estaba empecinado en que él no estaba enfermo. Quiso demostrármelo, y empezó a contarme como sabía que estábamos en el año 2056, quien era el presidente, la situación económica de ese año y un montón de detalles más. Traté de serenarlo dándole la razón mientras buscaba como convencerlo de que sería una buena hora para que se durmiera pero pareció darse cuenta de que solo le estaba siguiendo la corriente y empezó a mirarme con desconfianza. En un momento de descuido quiso huir del laboratorio; llegó a la puerta pero no pudo abrirla. Yo iba corriendo detrás de él tratando de alcanzarlo antes de que se hiciera algún daño; cuando estuvo a mi alcance lo giré y me miró extrañado pero tranquilo. No sabía dónde estaba pero creyó que yo era su hijo, confusión que aproveché para convencerlo de ir a dormir y llevarlo a la cama. Lo acosté y me senté a la cabecera con mi diario mientras le hacía compañía.

Martes 28 de marzo del 2073

Debí quedarme dormido, porque alguien me agarraba de los hombros y me sacudía de lado a lado; era Kozlov. Lo primero que hice fue mirar a la cama. Hugh ya se había levantado; estaba sentado en el borde de la cama, con la vista perdida. Parecía estar sufriendo un episodio.

Kozlov estaba furioso; su cara estaba roja, resollaba y no podía mirarlo a los ojos sin sentir que me estaba arrancando la cabeza con la mirada. Teníamos pautados con el hospital chequeos todos los mediodías y si la condición del anciano había empeorado durante la noche se iban a dar cuenta rápidamente y probablemente nos impedirían continuar con el experimento.

Mientras mi jefe analizaba los datos del electroencefalógrafo que dejamos funcionando toda la noche yo me puse a hablar con Hugh. Al principio me volvió a tratar como si fuera su hijo, lo que me hizo pensar que no habíamos logrado nada, pero de repente me miró fijamente a los ojos durante más de un minuto. Empezó a mover los labios, murmuraba algo que no podía entender; con la repetición me di cuenta que se estaba diciendo a sí mismo “Este no es mi hijo. Este no es mi hijo.”

-          ¿Me reconoce? – le pregunté.
-          No, no estoy seguro. Hace cinco minutos estaba convencido de que eras mi hijo, pero mi hijo tiene que tener cincuenta años ya. Vos apenas tenés unos… ¿veinticinco? ¿treinta?
-          Tiene razón, tengo veintiocho años y no soy su hijo. ¿Sabe dónde se encuentra?
-          No. Creo que no. El último lugar en que recuerdo haber estado fue en el hospital, aunque no estoy seguro de por qué, pero este no es el hospital que conozco.
-          No, no lo es. Está en un laboratorio de la universidad. El hospital lo envió con nosotros con el consentimiento de su hijo para darle un tratamiento experimental. Usted padece de Alzheimer.
-          Sí, es cierto. Ahora recuerdo la primera vez que mi doctor me lo explico. Yo tenía una idea de qué me podía causar pero no tengo recuerdo de haber sufrido nunca algún problema por la enfermedad… aunque… estaba en el hospital… ahora que lo pienso estuve mucho tiempo. ¿Qué día es hoy?
-          Hoy es veintiocho de marzo.
-          ¿De qué año?
-          2073.
-           La mierda… estaba seguro de que estamos en el 2056. Con razón estoy hospitalizado.

Lo dejé solo mientras meditaba sobre el asunto y me acerqué a Kozlov. Este estaba repasando una y otra vez la grabación del encefalograma. Ya no parecía furioso. Lo llamé, pero no me miró. Le toqué el hombro y saltó como si no supiera que estaba ahí. Me miro a los ojos y agarrándome de la nuca me empujo hacía la pantalla dejándome mi cara a menos de treinta centímetros de distancia.

Volvió a pasar la grabación. Alrededor de las doce de la noche el encefalograma empezó a cambiar; primero muy lento, casi imperceptiblemente; a las tres de la mañana se podían distinguir los cambios nítidamente; alrededor de las seis de la mañana los cambios cesaron. Giré como pude mi cabeza hacia Kozlov, que todavía me estaba mirando.

-          ¿Funcionó? – le pregunté.
-          ¡Funcionó! – gritó enloquecido – ¡Funcionó! ¡Funcionó! ¡Funcionó!

Y me agarró de los brazos como un muñeco de trapo y empezó a zarandearme de un lado a otro, arrastrándome por toda la habitación mientras saltaba enajenado. En ese momento entró otro de los colaboradores y al ver la actitud de Kozlov supo enseguida que la intervención había sido un éxito. Uno por uno fue llegando el resto del equipo; todos querían hacerle preguntas a Hugh que estaba sentado junto a una mesa. Se había sacado la bata y se había vestido con el traje con el que lo habían traído desde el hospital. En un principio les respondía a todos con amabilidad pero lentamente se empezó a mostrar un poco enojado así que le sugerí a Kozlov que quizás era mucho esfuerzo después de la primera noche. Entendió e hizo que el resto del equipo y yo nos pusiésemos a trabajar en el análisis de la información recolectada, dejando a Hugh solo.


Lunes 10 de abril del 2073

            Hoy se cumplieron dos semanas desde que Hugh empezó el tratamiento; los resultados no podrían haber sido mejores. El hijo vino a visitarlo hoy y estuvieron charlando casi dos horas. Cuando terminó la charla lo interrogamos; en su opinión su padre estaba igual o mejor que antes de que empezaran a notarse los síntomas la enfermedad. Del lado científico todos los encefalogramas mostraban los signos de un cerebro saludable.

A la salida del laboratorio salimos a festejar en grande. Finalmente habíamos cosechado los frutos de los últimos diez años de investigación. Kozlov nos guió hasta su bar favorito; en la puerta había un gran cartel con grandes letras cirílicas de tonos entre violáceos y blancos que decía Mандрагора. Le pregunté a Kozlov que significaba pero no quiso contestarme y nos empujó de a uno en uno dentro del local.

Al pasar la puerta lo primero que sentí fue un olor muy fuerte que me hizo empezar a estornudar. El ambiente estaba enrarecido; una niebla de un ligero tono violeta cubría todo el lugar desde las mesas hasta el techo, que apenas se distinguía donde había lámparas. Todos nos empezamos a agrupar al borde de la puerta pero Kozlov nos empujó hacia los lados y se dirigió a la barra; se estiró un poco apoyándose en el borde y cruzó unas palabras con el barman, que parecía conocerlo de antes.

Este último asintió dos veces con la cabeza y después la giró en dirección a una mesa ubicada en el centro del local. Kozlov volvió con un vaso lleno de un líquido color violeta y nos llevó a la mesa indicada, donde nos sentamos. Era una gran mesa redonda que tranquilamente podía haberse dispuesto para un grupo de veinte personas. Siendo apenas once había un espacio muy amplio entre uno y otro; esto, sumado a la neblina y los ruidos del bar, hacía que apenas distinguiéramos si había alguien a nuestro lado.

De repente la voz de Kozlov se impuso por sobre el murmullo generalizado:

-          ¡Vamos a festejar con un juego muy conocido en donde crecí! En mi tierra natal lo llamamos La ruleta del recuerdo. Las reglas son sencillas: el barman nos traerá un vaso de esta hermosa bebida que le da nombre al bar y lo ubicará en el centro. Si prestan atención verán que una parte de la mesa gira como si fuera una ruleta y verán una gran flecha violeta apuntando hacia afuera como la aguja de un reloj.
La mesa girará y girará hasta elegir al feliz ganador, que tendrá que tomar el trago y responder en voz alta el nombre del bar, Mandrágora. El que no pueda recordar el nombre será excluido del juego dejando frente a él el vaso vacío.
Por supuesto el ganador será aquel que quede último.

Siempre me consideré un buen bebedor, pero tuve cierta desconfianza ante esa bebida de un color extraño que no había visto en mi vida. Las rondas se fueron dando hasta que eventualmente me tocó mi primer trago. Tomé el vaso y lo bebí de un solo trago; quemó toda mi garganta mientras bajaba, quemó hacía arriba a través de mi nariz llegando a mis ojos, y siguió quemando dentro del estómago. Mi cara debió mostrar el ardor que sentía porque todos empezaron a reír. Quise gritar el nombre y por un segundo no pude recordar cuál era. Hice un esfuerzo y, más desde el fondo de mi estómago que de mi cerebro, grité “Mandrágora”.

Las rondas seguían y uno por uno mis compañeros empezaron a fallar. Si la mesa estaba arreglada no nos dimos cuenta; Kozlov tomó su buena dosis del veneno, por lo que no había nada que reprocharle. Era increíble cómo no parecía hacerle mella. Solo quedábamos cuatro participantes cuando me volvió a tocar a mí, no recuerdo si por quinta o sexta vez. Agarré el vaso con mucha dificultad, volví a beberlo de un solo trago con la esperanza de que tardara en hacerme efecto y abrí la boca. Quise decir la palabra pero no estaba más en mi mente; ni mandrágora, ni Kozlov, mesa, silla o vaso. Todo mi vocabulario desapareció de un solo plumazo. Hice un esfuerzo por recordar aunque sea mi propio nombre y todo oscureció.

Lo siguiente que recuerdo es a Kozlov prestándome su hombro para subir por las escaleras de la entrada de mi casa. Le grité “Mandrágora” a medio centímetro del oído; se largó a reír y me dejó dentro del ascensor con el botón de mi piso apretado. Miré el reloj; era la una de la madrugada. Cuando salí quise buscar las llaves del departamento y no recordaba donde las había puesto. Tuve que buscar por todos lados hasta que aparecieron en el bolsillo trasero del pantalón. En ese momento recordé que siempre las pongo allí.

Estaba mirando una por una las llaves tratando de acordarme cual debía usar. Del otro lado del pasillo se escuchaba ruidos y risas. Cuando encontré la correcta la otra puerta se abrió; Halia salía acompañada por un chico. Se los notaba felices, como enamorados. Al verme me saludó:

-          ¡Hola Zach!
-          Ho…o…ola. – repetí más que respondí.
-          ¿Estuviste de juerga?
-          Solo celebrando, acabamos de lograr algo increíble en el laboratorio.
-          Ah, qué bueno. Hacía días que no te veía, empecé a pensar que te habías mudado.
-          No, fue solo que tuvimos que trabajar mucho estas últimas semanas.
-          Bueno, que bueno que estés acá, así aprovecho para presentarte a mi novio. Steve, él es Zachariah, pero le decimos Zach. Zach, mi novio Steve.

Espero que la borrachera haya disimulado la sorpresa que sentí por dentro. ¿De novia? Apenas atiné a preguntar cuanto tiempo llevaban saliendo; me enteré que hacía ya seis meses. Nunca lo había visto antes, pero supongo que con mis horarios y todo era más que posible que ellos dos ya estuvieran viviendo juntos y yo no lo supiera.

Los felicité, balbuceé algo más tratando de indicar que tenía que entrar pronto al departamento y me di vuelta. Junté todo el aire que pude e hice mi mejor esfuerzo con la cerradura; le atiné, abrí, me despedí y cerré la puerta tras de mí.

Miércoles 12 de abril del 2073

Si bien ya estábamos convencidos de que el tratamiento había sido un éxito Kozlov decidió que debíamos mantener las guardias por lo menos por un mes, para que no hubiera ningún incidente o efecto secundario que se nos pasara por alto.

Hoy me quedé con Hugh; él estaba sentado frente a una pila de hojas de pentagrama, la cabeza gacha bien pegada a los papeles que llenaba con redondeles furiosamente mientras yo aprovechaba para ponerme al día con mi diario. Una vez cada tanto levantaba la cabeza, ponía la hoja a la luz y recorriéndola con el dedo índice de la otra mano tarareaba la música que había escrito. Avanzaba un par de notas y chistaba; bajaba la hoja, borrando una nota, agregando otra. Luego la levantaba y volvía a empezar desde la primera.   Estuvo cerca de dos horas completamente absorto en la tarea hasta que se dio cuenta que yo estaba de un humor extraño. Se levantó de la mesa y fue a la cama, haciéndome una seña para que me sentara en la silla en la cabecera; obedecí sin muchas ganas.

-          ¿Qué te pasa? – preguntó.
-          Nada, no pasa nada.
-          Dale contame… tenemos toda la noche, y de paso esta vez no te quedas dormido. – me dijo guiñándome el ojo; seguro alguno de mis compañeros le había contado la levantada en peso que me dio Kozlov la primera noche una vez que se le pasó la euforia del descubrimiento.
-          Jeje… está bien, pero le va a parecer un asunto tonto.
-          Vos dale, después decido que tanto te voy a tomar el pelo.

Le conté como al llegar el otro día me cruce con Halia y su novio, y que desde entonces estaba medio atontado por ese tema. Él me escuchó muy amablemente y cuando terminé de hablar me miró fijamente a los ojos; no parecía tener la intención de burlarse, hasta creí percibir un poco de compasión por mi situación.

-          Te voy a contar una historia: cuando yo estaba en el secundaría, enfrente del colegio al que el asistía había un almacén. La dueña atendía el almacén pero a un costado, donde estaba la fiambrera, la hija manejaba la máquina para los pedidos y además armaba sándwiches que comprábamos en los recreos. Yo cruzaba todas las tardes y pedía uno de salame y queso. Los armaba ella misma en el momento y mientras iba cortando las fetas yo aprovechaba para charlar un rato.
Con el tiempo empecé a sentir algo por ella, y me pareció que ella también, pero no me animaba a invitarla a salir. Pasó el tiempo y un día cuando fui ella no estaba; la madre me preparó el sándwich y cuando le pregunté por qué no estaba su hija ella me contestó que había salido a pasear con un chico.
Estuve bastante triste durante las siguientes semanas, al punto tal que dejé de ir a la escuela; mis papás, preocupados, me llevaron al médico pero este no podía encontrar nada. Con el tiempo empecé a sentirse mejor y tuve que volver a la escuela. Los primeros días me quedaba adentro, no quería cruzarme con ella ni siquiera de casualidad. Cada tanto miraba por la ventana hacía el kiosco, pero por la ubicación del aula solo podía ver la puerta y no quien estaba adentro.
Un día junté valor y salí en el recreo; crucé con paso decidido la calle y llegué a la puerta. Ahí estaba ella, con su delantal de siempre, preparando sándwiches. Me acerqué y pedí lo mismo de siempre y me quedé callado; no me animaba a charlar, mitad por bronca y mitad por vergüenza. Ella empezó la conversación:
-          ¿Qué pasó que hace meses que no te veo? – me dijo.
-          Estuve enfermo – contesté, seco.
-          ¡Uh! ¡Que macana! ¿Pero ya estás mejor?
-          Si, por suerte estoy muy bien.
-          ¿Qué tenías?
-          Nunca lo supimos, el doctor no pudo encontrar una explicación.
-          Lástima que no me enteré, hubiera pasado a visitarte.
-          No te hagas drama, igual debías estar bastante ocupada con tu novio. – le dije con una mezcla de ironía y rabia.
-          ¿De qué novio me estás hablando? – respondió ella sorprendida.
-          Tu mama me contó un día que no estabas atendiendo que estabas saliendo con un chico.
-          ¡Ahhh! ¡Sííí! Tenés razón. Pero eso fue hace un montón, y solo salimos dos veces.
Me quedé sin palabras. ¡Habían sido solo dos salidas! Estuve más tiempo enfermo que lo que ellos salieron. Ahí mismo me di cuenta que si no cambiaba de actitud iba a pasar lo mismo o peor tarde o temprano, así que la invité al cine. “¡Dale! ¡Me gustaría mucho ir al cine con vos!” es lo único que puedo recordar del resto de la conversación. Salimos mucho más que dos veces; fuimos novios durante casi dos años y seguimos siendo amigos hasta donde recuerdo.

-         En resumen, no te vuelvas loco por eso, puede que antes de que lo pienses ella esté de nuevo sola. Cuando eso pase no pierdas de nuevo la oportunidad – terminó diciéndome.

Nos quedamos sentados uno junto al otro en silencio por un rato; luego él volvió a su música y yo me senté al otro lado del laboratorio con mi diario.

Viernes 12 de mayo del 2073

Hoy Hugh fue oficialmente dado de alta. Su hijo pasó a buscarlo; antes de irse me contó que por ahora iba a vivir con su hijo pero que si todo seguía como hasta ahora probablemente en un par de meses se mudaría solo de nuevo. Ya estaba armando planes para hablar con el dueño de la casa donde vivió toda su vida para que se la venda. Mientras tanto ya había terminado de componer su primera obra desde el inicio de la enfermedad; uno de sus ex estudiantes que vino a visitarlo hace un par de días se comprometió a trabajar con él para pulirla y adaptarla para su orquesta.

Durante todo el mes fui el primero en llegar al laboratorio y el último en irme. Disfrutaba mucho las charlas con Hugh; se había vuelto como un padre para mí, tanto desde el punto de vista de carrera como en mi situación con Halia. Parecía que el destino trataba de castigarme porque cada vez que llegaba o salía del departamento me cruzaba con ella o con Steve; por este último me enteré que Halia no había renovado el alquiler del departamento. No había podido llegar a un acuerdo económico con la dueña y se iba a mudar el viernes con él hasta conseguir otro lugar. ¡Cómo me hubiera gustado que Hugh estuviera todavía en el laboratorio! La noticia me había dado otro golpe inesperado y no tenía a nadie con quien charlar el tema.

Los últimos estudios que le hicimos mostraron que el virus sigue vivo en su cerebro, pero parece haber dejado de atacarlo desde que desapareció la última señal de la enfermedad. En acuerdo con él se tomó la decisión de no eliminarlo a menos que se vuelva una amenaza, para poder seguir estudiando los efectos a largo plazo. Una gran parte del grupo quedó a cargo de revisar el proceso para poder aplicarlo en otros pacientes de la forma más efectiva. Kozlov me pidió que trabaje con él en investigar otras posibles aplicaciones.

Decidí quedarme en el laboratorio y avanzar con el estudio; en parte para recomponer la relación con Kozlov, dañada después de las veces que me encontró dormido, y en parte para evitar tener noticias de Halia. Si bien habíamos logrado que el virus identificara las neuronas dañadas todavía no estábamos seguros de cómo lo hacía. Kozlov había postulado que las neuronas tenían una ligera diferencia en sus ondas electromagnéticas producto del daño que habían recibido, y que el virus “leía” esas ondas basado en las modificaciones que le habíamos hecho. Teníamos la prueba empírica en el hecho de que el virus no había atacado al resto del cerebro de Hugh pero en ninguno de los estudios que hicimos pudimos encontrar ese rastro.

Era casi medianoche; las imágenes en la pantalla se veían dobles o triples. Uno de esos borrones llamó mi atención; quise mirarlo más fijamente pero era tal el cansancio que cuanto más me esforzaba menos lo veía. Decidí levantarme y hacerme un café; la caminata o la bebida tendrían que despejarme.

Al volver la mancha empezó a tener un poco más de forma; casi enseguida pude darme cuenta de lo que me había llamado la atención. El estudio mostraba una sección del cerebro de Hugh en la que el virus estaba teniendo su efecto. No había habido un patrón discernible en el avance del virus en el cerebro hasta ese momento, pero en esa secuencia era evidente que las neuronas sobre las que se iban moviendo tenían un “aura” ligeramente más ovalada que las demás. Hice un acercamiento sobre una de las secciones y pude ver la causa de la figura ovalada; en lugar de un único punto central generando el campo electromagnético había dos de menor fuerza que se habían ubicado lo más alejados posible uno del otro.

¡Había visto ese patrón antes! ¿Dónde? La excitación del descubrimiento no duró mucho y empecé a quedarme dormido. Dudé de mí; quizás no era que lo recordaba sino que ya había visto tantos estudios en el día que era solo una repetición de otro. Cerré los ojos por un segundo; cuando volví a mirar la pantalla habían pasado dos horas. Por suerte la pequeña siesta involuntaria me había hecho bien porque de repente recordé donde lo había visto.

Antes de terminar mi carrera universitaria me había inscripto en un curso polémico titulado “Manejo de las emociones mediante el control de las respuestas magnéticas del cerebro”. El mismo se basaba en una teoría fuertemente rechazada por el resto de la comunidad científica: esta postulaba que en casos patológicos de alteración emocional había una relación directa entre el estado de ánimo y ciertas discrepancias en el espectro electromagnético de las ondas cerebrales. Busqué la información del curso en la base de datos de la facultad y pude encontrar los estudios en los que se basaba el profesor.

¡Ahí estaban! No eran los mismos patrones, pero en todos los casos se observaba que el foco electromagnético de las neuronas se había separado en dos o más; en algunos casos, como en el de Hugh, se habían separado yéndose lo más lejos posible uno del otro; en otros uno de los focos se había quedado en el centro y el resto se habían alejado ligeramente. El profesor había postulado una correlación entre patrones y estados emocionales. Junto con la información del curso estaban descriptos los patrones que él había asociado con ira, depresión, amor obsesivo, miedo irracional, entre tantos.

Si, como postula Kozlov, el virus atacaba patrones electromagnéticos específicos solo es cuestión de enseñarle que patrón atacar y este se hará cargo de cualquier patología emocional que el paciente pueda estar sufriendo. ¡Amor obsesivo! El solo pensarlo trajo a mi mente la imagen de Halia, su cara, sus ojos.

No sé qué me motivó a cometer la locura; quizás el cansancio de las tres de la madrugada; quizás la tormenta eléctrica que veía acercarse por la ventana. No importa el motivo, pero por un instante me sentí Frankenstein en su laboratorio y decidí llevar a cabo el experimento en mí mismo. Acomodé sobre mi cabeza los electrodos y, mientras pensaba con todas mis fuerzas en Halia, me hice el estudio. El resultado era exactamente el que había predicho el profesor en su curso; el mismo patrón se podía observar reflejado en diversas áreas de mi cerebro. Tomé una de las muestras del virus mutado y la expuse al patrón en una sección de masa encefálica hasta que empezó a atacarla.

Solo para estar seguro probé el virus en una segunda masa, a la cual no atacó hasta que volví a repetir el patrón. Todo funcionaba como se había postulado, solo era cuestión de usar al conejillo de indias; tomé una jeringa del botiquín y me inyecte el contenido completo del vial. Para tratar de reforzar el resultado estuve concentrándome fuertemente en Halia, pensando en sus ojos, en su cuerpo, en las veces que nos habíamos quedado charlando en el pasillo. Empecé a sentirme un poco afiebrado, el cansancio me venció y me quede dormido en el catre de Hugh.
  
Sábado 13 de mayo del 2073

Desperté con el ruido de la puerta abriéndose; era Kozlov, que llegaba para retomar el estudio conmigo. Afortunadamente antes de inyectarme había guardado toda la información que había recolectado y borrado toda huella de mi descubrimiento y mi travesura. Me levanté y me hice el desentendido; no podía permitir que Kozlov se diera cuenta de lo que había hecho.

Emprendí el regreso a casa con la excusa de que habiéndome quedado hasta tan tarde no iba a ser de ninguna utilidad. En el camino me puse a pensar en Halia; de a poco fui descubriendo que, si bien seguía considerando que era una linda chica, ya no estaba obsesionado con ella. Pensé en ella yéndose el viernes pasado y que quizás no la volvería a ver nunca; no me pareció una situación tan terrible. Sí, era una lástima porque nos llevábamos bien y me gustaba charlar con ella, pero tampoco era el fin del mundo.

Al entrar al edificio la encontré revisando el buzón; nos saludamos y me confirmó que por ahora se iba a quedar a vivir con Steve pero que ya estaba buscando otro lugar. Me contó que cuando se venció el contrato la dueña quería duplicarle el alquiler a pesar de que hacía seis meses ya se lo había aumentado. Ella se negó; la dueña no quiso hacer ninguna concesión y terminaron decidiendo no renovar. Me pasó su celular, que nunca me había atrevido a pedirle, y me pidió que revisara cada tanto el buzón. Nos despedimos con un cordial “Nos vemos pronto.” y cada uno se fue por su lado.

Una vez en mi departamento me senté a pensar. ¿Por qué tenía tanto miedo de hablar con ella antes? Excepto hoy, cada vez que la había visto sentía mariposas en el estómago. ¿De dónde salían?

Me maravillé de lo rápido que había funcionado el tratamiento. En Hugh los primeros resultados habían sido rápidos, pero luego le tomó un par de semanas curarse por completo; yo, en cambio, parecía haberme “curado” de la noche a la mañana.

Como estaba empezando a dolerme la cabeza nuevamente decidí darme una ducha rápida e irme a dormir.

Sábado 20 de mayo del 2073

Hoy llegué de vuelta del laboratorio y cuando fui a revisar mi buzón vi que dejaron un sobre en el de Halia. Lo tomé y vi que viene desde Hawaii; no es de la madre, porque ella me había dicho el nombre en su momento, debe ser de alguien más de la familia.

La llamé para arreglar como se lo podía acercar y me sugirió que nos veamos en un café a mitad de camino. Le dije que no tenía problema pero que como recién llegaba y estuve toda la noche trabajando me diera un par de horas para refrescarme. Convinimos encontrarnos a las cinco de la tarde.

Cuando llegué al café ella ya estaba ahí. Le di el sobre y al ver el membrete su cara se puso sombría, apesadumbrada. Lo abrió rápidamente y leyó a paso apresurado la carta que venía en él. Le pregunté qué pasaba.

-          Mi mamá, está empeorando – me dijo.
-          Lo siento, no sabía que está enferma. ¿Qué tiene?
-          Le detectaron Alzheimer precoz hace poco, pero está progresando muy rápido. Mis tíos cuidan de ella lo mejor posible, pero el doctor ya les recomendó internarla.

Me lamenté por no poder comentarle de los avances de nuestra investigación, ya que sería darle falsas esperanzas. Kozlov sabe que un remedio tan directo no va a tener salida al mercado, por eso estamos trabajando para encontrar otras aplicaciones con la esperanza de que alguna farmacéutica se interese.

-          De nuevo lo siento.

No supe decirle más nada, estaba muy apenado por ella. En lugar de tomar el café nos levantamos y la acompañé a su colectivo.

Sé que voy a sonar como una muy mala persona pero tengo que anotar que la reunión comprobó el éxito del tratamiento. Todo sigue normal, no tengo ningún impulso de estar con ella, mucho menos una exaltación irrefrenable y obsesiva. Tendré que hablar con Kozlov pronto del descubrimiento; sé que me voy a llevar el reto de mi vida, pero el descubrimiento vale la pena.

Jueves 25 de mayo del 2073

Hoy pasó algo muy extraño.

Llegué de vuelta del laboratorio y cuando fui a revisar mi buzón vi que dejaron un sobre en el que corresponde al contrafrente. No recordaba que hubiera vivido alguien ahí en meses; quizás alguien se estaba por mudar y ya le llegaba correspondencia.

Lo tomé y vi que era una factura de teléfono celular. El número de departamento era el correcto, pero estaba dirigida a una tal Halia. Supuse que cuando le tomaron los datos se equivocaron en la dirección, por lo que cuando subía frené en el piso anterior y le toqué timbre a la vecina de abajo.

-          Hola, ¿Cómo va todo?
-          Bien, todo bien por suerte. ¿Vos? ¿Qué contás?
-          Nada, llegué y encontré un sobre en el buzón del departamento detrás del mío. Como ahí no vive nadie me imagino que se habrán confundido al anotar el número. Fijate el nombre por favor, por ahí vos sabes quién es.
-          A ver… - me dijo mientras agarraba el sobre - ¡Pero esto está a nombre de Halia! Está bien que hace casi un mes que se mudó, pero tampoco es para que la olvides tan rápido.
-          ¿Halia? ¿Quién es Halia?
-          No te hagas el salame, si cada vez que te la cruzabas se notaba de lejos que estabas embobado con ella.
-          ¿Con quién? Ni siquiera recuerdo que haya habido alguien en el departamento de atrás en mucho tiempo, menos aún hace apenas un mes.
-          Zach, dale, no tenemos quince años. Si no querés admitir que estabas locamente enamorado de Halia por mí no hay problema, de hecho hasta te diría que me alegro – mientras lo decía empezó a enrular un mechón de pelo con el dedo índice – pero es tarde para venirme con una pavada como esta.

Estuve a punto de jurarle de nuevo que no tenía idea de que me estaba hablando, pero me pareció mejor seguirle la corriente.

-          Jeje, está bien, quise hacer un chiste zonzo nada más. La próxima vengo con algún sobre para vos y te pregunto si la conoces – le dije sonriendo.

No le causó ninguna gracia y me cerró la puerta en la cara. Subí a mi departamento pensando en lo boludo que soy para los chistes, y tiré la factura en el tacho de la basura.


Sábado 17 de junio del 2073

Hoy fue un muy buen día. Volvía caminando de vuelta del trabajo como acostumbro hacer cuando no salgo tarde; pasaba frente al shopping cuando escuché que me saludaban: “¡Zach! ¡Zach!”. Di vueltas hasta encontrar de donde venía el sonido; una chica estaba saludando en mi dirección. Vino hacia mí y me abrazó. No pude reconocerla, quizás la conocí en una fiesta o algo así, pero no lo recuerdo. No sabía cómo preguntarle su nombre hasta que por suerte vi una cadena colgando de su cuello con las letras HALIA; por si no se tratara de su nombre sino del de su hija traté de evitar usarlo. Era muy linda; no entendía como no recordaba donde la conocí.

No podía dejar pasar la oportunidad y le ofrecí tomar un café. Aceptó y nos sentamos en un Starbucks a la puerta del shopping:

-          Qué bueno que te encuentro. Ando un poco triste porque corté con Steve y necesitaba alguien con quien charlar.
-          ¿Cortaste con Steve? ¿Por qué? – contesté con la intención de averiguar un poco más de ella, mientras por lo bajo me preguntaba quién sería Steve.
-          Todo parecía andar bien cuando nos mudamos del departamento. Me hubiera gustado quedarme enfrente tuyo, pero con lo obstinada que es la dueña no hubo forma de renovar el alquiler. ¿Recibiste alguna otra carta para mí?

¿Enfrente mío? No había forma de que ella hubiera sido mi vecina y no la recordara, mucho menos si me hubiera pedido que le recibiera las cartas. Sin embargo parecía muy convencida.

-          No, no llegó nada.
-          Bueno, puede ser que los del celular no hayan actualizado los datos todavía. Mejor. Steve es un desgraciado y no vuelvo a pisar nunca más su departamento.
-          ¿Pero qué pasó?
-          Resulta que yo ya sabía que él vivía con otros dos chicos para ahorrar un poco; lo que nunca me había contado es que uno de ellos es una ex novia. Peor aún; al enterarme también descubro que inicialmente habían alquilado el lugar para convivir juntos, pero cuando no resultó un amigo de ambos se ofreció a mudarse con ellos, para que no tuvieran que volver a la casa de sus viejos.
-          ¡Andá! Por más que esté el amigo no hay forma de que no haya tensión y se generen muchos roces.
-          Totalmente, pasó eso. En cuanto entré por la puerta la piba me clavó quince cuchilladas con la mirada. Se re-notaba que no se tragaba la situación, pero la muy turra empezó a hacerse la amiguita para disimular.
Un día me desaparece un lápiz de labios; le preguntó y no tiene idea. Al día siguiente una de mis remeras aparece toda deformada; se la muestro y me dice que la había usado y se olvidó de pedírmela prestada. Claro, la pendeja es una tremenda vaca, la ensanchó toda y ya no me servía para nada.
Steve a todo esto no decía nada. Yo le pedía que hablara con ella, que me defendiera, pero me contestaba que no entendía, que ella solo quería ser amiga mía.
Una noche nos ponemos a ver una película los cuatro; me levanto para traer algo de comer y cuando vuelvo la veo apoyada contra el hombro de Steve, refregándose. “Flaca, ¿Qué estás haciendo?” le digo. La piba se hace la zonza. “Nada, estoy viendo la película. ¿Qué te pasa?” Lo miro a Steve y me pone una cara como si yo estuviera loca. Le dije que salga de encima a mi novio. ¿Podés creer que Steve me dice “Halia, cortála un poco, nadie está haciendo nada malo.”?
-          ¡Que forro! El chabón se estaba haciendo el boludo, te estaba jugando a dos puntas.
-          ¡Claro! ¡Ahí mismo me puse como loca! “Steve, o la vaca se levanta o te juro que me voy ya mismo.” En el momento no pensaba con claridad, se me escapó el insulto por la bronca. La pendeja se levantó, pero para venírseme encima. “¿A quién llamás vaca, loca de mierda? ¿Encima que nos acomodamos para que no termines en la calle nos venís a insultar? ¡Más vale que te vayas ya mismo, sino te voy a sacar arrastrándote de los pelos!”.
Lo miro a Steve y me mira como si ella tuviera la razón. Ahí me calmé un poco y me di cuenta que si le daba la paliza que se merecía a la gorda esa el amigo iba a saltar a pararme y Steve seguramente ni me defendería. Me fui a la habitación y armé un bolso con la mayor cantidad de cosas que pude; atrás mío aparece Steve pidiéndome que me calme y diciéndome que, si me disculpaba con la mina, podía quedarme y no iba a haber problemas.
“¡¿Disculparme?! ¡Primero muerta!” le contesté sin siquiera mirarlo y me fui. Como me daba vergüenza pedirte que me dejaras estar en tu departamento un par de días y no conozco a nadie más terminé en un hotel; me costó un montón de plata y encima con el apuro tuve que terminar alquilando más caro todavía que lo que me pedían en nuestro edificio.

Esta chica Halia tuvo que haberme confundido con otro, no hay forma de que tuviésemos una relación tan íntima como para que le hubiera dejado estar en mi departamento. Tengo que admitir que no estoy muy orgulloso de lo que le respondí:

-          Me tendrías que haber llamado, no iba a haber ningún problema. Yo no te iba a dejar sola en la calle así como así. Hablando de eso, ¿te parece si vamos a mi departamento y la seguimos ahí?
-          Nah, queda re-lejos. – me contestó –Yo alquilé acá a dos cuadras, venite al mío así seguimos charlando otro rato. Nunca habíamos hablado tanto, ¿no?

Domingo 18 de junio del 2073

Nos quedamos hasta tarde en cama en su departamento y salimos directo a almorzar. Estábamos sentados en el patio de comidas y el silencio estaba volviéndose incómodo. Yo no sabía por dónde empezar. ¿Y si tocaba un tema que le demostraba que no me acordaba de ella? Por suerte ella comenzó:

-          ¿Y cómo va el trabajo? ¿Avanzaron con ese gran descubrimiento que me contaste?
-          Si, va muy bien. – contesté sorprendido. No había dudas de que de algún modo ella me conocía mucho más de lo que yo me había imaginado – Nuestro primer paciente quedó completamente curado de Alzheimer.
-          ¿En serio? Te dije el otro día que a mi mamá le detectaron Alzheimer precoz. ¿Por qué no me dijiste nada? ¿Sabes cuánto les falta para poder venderlo?
-          No creo que se venda. No funciona como un medicamento común, que debe tomarse regularmente para prevenir o acabar con la enfermedad. Una sola inyección curó a Hugh en una semana.
-          ¡Milagroso! ¿Pero por qué no venderlo?
-          Porque no se ganaría nada con producirlo en masa. ¿Cuántas dosis harías? ¿Mil millones? Eso no le serviría a ninguna farmacéutica.
-          ¿Y entonces?
-          Mi jefe está haciéndonos revisar los datos para ver si le podemos conseguir otras aplicaciones. Si se pudiera diversificar sin mucho costo quizás si sería rentable para algún laboratorio.
-          ¿Y lograron algo?
-          Yo creo haber encontrado algo, pero tampoco serviría para producirlo en masa. Yo creo que el virus…
-          ¿Cómo un virus?
-          Si, lo que se inyecta es un virus genéticamente modificado para infectar el cerebro y atacar específicamente las células afectadas por el Alzheimer. Luego el cerebro detecta los lugares donde el virus atacó y se regenera solo. Pero como te decía, me parece que encontré la forma de que ataque otras condiciones del cerebro, siempre que sean desbalances electromagnéticos.
-          ¿Electromagnéticos? ¿Qué serían?
-          No lo sé todavía, es hasta donde llegué en mi investigación.
-          Ojala lo logres. Estoy muy orgullosa por vos.

Me dio mucha lastima no recordarla de antes. Era tan cariñosa, tan querible, podría tranquilamente enamorarme de ella.

Cuando terminamos de almorzar salimos a pasear a orillas del río.  El día estaba despejado y el sol se reflejaba en el agua, haciendo que pareciera de plata. Alrededor de la orilla crecían muchos árboles de varios tipos, que daban una agradable sombra. Además del murmullo del río, que estaba bajo por la época del año, cada tanto nos cruzábamos con una parvada de gansos, que pasaban haciendo sonar sus cornetas por entre medio de nuestras piernas.

En un lugar donde el río giraba ligeramente hacia la derecha frenamos a ver como pasaba una persona en un kayak; remaba con mucha suavidad, ya que el fondo estaba muy cerca y tenía que tener cuidado de no romper las palas del remo. Detrás de él se formaba una estela que iba achicándose hasta llegar a tocar la costa y desaparecer.

Nos sentamos un rato al borde del río en el recodo, tratando de no ensuciarnos con el pasto verde y húmedo. A nuestro alrededor crecían unas pequeñas flores blancas; una hilera de hormigas negras pasaba a un par de centímetros de nuestros pies. Si bien todas llevaban alguna carga una de cada tantas llevaba una hoja entera o un pétalo sobre su lomo. Miramos a nuestro alrededor y no pudimos encontrar el hormiguero, seguramente era solo un hueco diminuto en el suelo.

El sol debía brillar más fuerte de lo que pensé porque de la nada empecé a sentir un fuerte dolor de cabeza; le expliqué a Halia, le pedí disculpas y nos tomamos un taxi. Cuando llegamos a su casa la cabeza me estallaba y empecé a sentirme afiebrado; ella me pidió que me quedara así me cuidaba, pero no quería ser una molestia así que le agradecí y la saludé con un “Hasta mañana”. El taxi partió y tiré mi cabeza hacia atrás mientras me apretaba las sienes para tratar de calmar el dolor. Cuando llegamos a la puerta del edificio a duras penas logré pagarle al taxista y llegar al departamento; estaba empapado de sudor, veía borroso y las manos me temblaban. Sentía la cabeza como si me estuvieran golpeando como a una batería. Entré al departamento y caí en el sillón casi desmayado.

Sábado 24 de junio del 2073

           Hoy volvía de trabajar y en la puerta del edificio había una chica muy hermosa. Parecía muy nerviosa; daba vueltas alrededor de la puerta como esperando a que alguien saliera. Cuando me acerqué para entrar se puso histérica y empezó a gritarme:

-          ¡Cómo no me volviste a llamar! ¡¿Qué crees que soy, una puta de una noche?!
-          No sé de qué… – traté de decir “estás hablando” pero no paraba de gritar e insultarme.
-          ¡Años de vecinos y no hiciste un carajo; de repente cuando me mudo me encaras, ¿y después me dejás de garpe?!
-          Flaca, te confundiste, yo nunca te vi antes en mi vida.
-          ¡Pero…! ¡Pero…! ¡¿Pero qué clase de hijo de puta sos?! ¡Enfermo! ¡Sádico de mierda! – siguió insultándome de todas las formas que podía a la par que empezó a darme cachetazos y patearme en las canillas.
-          ¡Pará! ¡Pará! ¡Dejá de pegarme, loca! – ya no sabía qué decirle o hacer. Traté de retirarme dentro del edificio, pero me seguía muy de cerca.
-          ¡Ni se te ocurra meterte adentro, pedazo de sorete! ¡Te voy a cagar a trompadas por hijo de puta! ¡Forro!

Finalmente el policía de mitad de cuadra debió escuchar el griterío y se acercó a ver qué pasaba.

-          ¡Gregg, ayúdame! ¡Está loca, no sé cómo pararla! ¡No sé con quién me confunde, pero nunca la vi en mi vida, mucho menos me la cogí como dice!
-          ¿Zach, como que no la conoces? Es Halia, vivía en el departamento frente al tuyo – le escuchó decir a Gregg y quedo pasmado. ¿Qué te pasa? ¿Por qué decís que no la conocés?
-          ¡Gregg por el amor de Dios te juro que no tengo la más mínima idea de que me estás hablando! La primera vez que la vi fue hace unos segundos cuando estaba llegando al departamento. ¿Vos crees que si hubiera salido con una mina tan linda me olvidaría? ¡Sacámela de encima por favor!
-          ¡Halia! ¡Halia! – empezó a gritarle mientras trataba de interponerse entre nosotros – ¡Halia, pará! No sé qué le pasa a Zach, pero a cachetadas no lo vas a curar. ¡Frenate! – la piba pareció aflojar un poco y Gregg aprovechó para agarrarla de las manos y detenerla – Vení, vamos enfrente, sentate un rato en el café, toma un jugo o algo y calmate.

Por si las dudas antes de que se dieran cuenta me metí adentro del edificio. Entré a mi departamento y me miré en el espejo del baño; tenía toda la cara roja, y uno de los rasguños me había entrado en el ojo izquierdo, que estaba todo enrojecido. Me mojé la cara un par de veces y me tiré a descansar un rato; después iría al hospital a hacerme ver el ojo.

Hay cada loco por la calle.


Fin    

miércoles, 11 de marzo de 2015

La leyenda de la viuda rinoceronte

Una noche, durante un eclipse de luna llena, todos los animales enloquecieron. Los sapos croaban, las cigarras tocaban sus tambores, los grillos rasgaban sus violines a todo volumen. Las luciérnagas iluminaban el escenario en que las abejas danzaban al compás de la orquesta.

En medio de todo este bullicio un pequeño escarabajo rinoceronte admiraba el espectáculo. Lentamente, sigilosamente, una viuda negra se acercó por encima suyo. En un rapto de pasión lo mordió, dejándolo indefenso, y formó un capullo en el que ambos permanecieron envueltos el resto del eclipse.

El tiempo pasó y, de los huevos fecundados en el paroxismo de la enajenación, surgió una nueva raza de viudas negras, todas femeninas y con cuerno de rinoceronte. El nacimiento fue celebrado en el mundo de los insectos, quienes erigieron a esta nueva raza como las chamanes de su comunidad.

Varias leyendas fueron surgiendo acerca de las habilidades de las viudas rinoceronte, como pronto comenzaron a llamarlas. Algunos aseguraban que eran capaces de controlar a los depredadores iluminando su cuerno. Otros las habían visto abandonar su refugio por las noches y marcar con su cuerno el lugar por donde el sol debería salir al día siguiente.

Una vez cada tres lunas llenas un joven escarabajo rinoceronte era presentado ante la sacerdotisa para sacrificio. Cuando la viuda probaba su carne decidía si el mártir era digno de engendrar su próxima camada. Si lo era el ritual originario se repetía, y la viuda negra se encerraba con el macho durante toda la noche. Si no era digno lo envolvía en un capullo y lo colgaba al frente de su refugio, donde debía permanecer los próximos tres meses esperando la llegada de una nueva victima.

Con el tiempo el poder que se le reconocía a la viuda rinoceronte fue menguando, volviéndose más fantasía que leyenda. Los rituales empezaron a espaciarse, hasta casi desaparecer por completo. Las chamanes, que entendían el ciclo de la naturaleza, vieron las señales y aceptaron su destino. Algunas volvieron con su raza, otras decidieron permanecer como ermitañas dentro de su comunidad. La mayoría inició un peregrinaje a través de la selva, su cuerno iluminando el camino desconocido.

Es por eso que si uno se adentra en lo profundo de la selva, donde los mitos aún son hechos y la magia sigue presente, se pueden encontrar aún grandes comunidades de insectos formadas alrededor de una telaraña con forma de cuerno.

domingo, 22 de febrero de 2015

17 años atrás - El hombre y el mar

Jejeje, me acabo de acordar de este pequeño flashback.
30 de Marzo del 1998, del milenio pasado, cuando la vida era simple y los chicos jugaban por las calles... ¿? :P
Perdonen lo brusco y probablemente incoherente del final

El viejo y el mar

Había una vez en una tierra muy, pero muy lejana, tan lejana que incluso en el horizonte solo se distinguía la bruma de las costas vecinas, un hombre, un pequeño anciano de barba larga y blanca que no podía dormir.

Probó todo. Leche tibia, vino caliente, whisky bien frío, lo que fuera, pero todo era inútil. A pesar de los esfuerzos el hombre permanecía despierto las veinticuatro horas del día. Y no estoy hablando metafóricamente. El hombre permanecía consciente y con los ojos abiertos con luz y con sombra, con frio y con calor, como el servicio postal.

Desesperanzado, todas las noches cuando desistía de conciliar el sueño, salía a caminar por la costa, hasta que cierto día divisó en la lejanía una luz apenas imperceptible que emanaba del horizonte cerrado a los ojos del mortal.
La luz pareció penetrar en su mente y hablarle:
- Averigua quien soy yo.
A lo que él le respondió:
- Pero como, si nadie sabe que hay allí.
Y la voz dijo
- Tu misión es llegar... a donde nadie ha llegado antes.
Y el chabón flasheó. Permaneció ahí, frente a la luz, hasta que esta se extinguió, poco antes de que el brillo del amanecer ocupara su lugar. El anciano decidió que la voz tenia razón, y sin mediar descanso (para que mierda descansar si no puede dormir, ¿no?) comenzó a construir un bote.

En la aldea en la que el vivía los pescadores usaban botes muy precarios, muy pequeños, con los que solo se aventuran hasta poco más de la costa. Su aldea desconocía la construcción de embarcaciones de gran calado, por lo que el anciano, en su ingenuidad, creyó que lo apropiado era construir una nave exacta pero mucho más grande.

Trabajando día y noche logro construir su gran chalupa y se hizo a la mar en apenas siete días. La barcaza, sin la necesaria anchura como para soportar los vaivenes del océano, volcó apenas a pocos metros de la costa.

Pero el anciano, astuto, descubrió cual era el problema, y mejoro su barcaza, haciéndola mas ancha. La nueva barca, construida en apenas diez días, sobrevivió a la primera corriente, pero también volcó. Afortunadamente el viejo de mierda si sabía cómo construir salvavidas, sino nunca hubiera vuelto a la costa.

Y comenzó la construcción del tercer barco. Días y noches de ardua labor dieron por resultado al "Fuego del Horizonte", el cual se hizo a la mar el día veinticinco de Diciembre del año de nuestro señor de mil novecientos setenta y siete.
Largos días y más largas noches continuaron haciendo mella en el cuerpo del pobre anciano, que empezaba a transitar los fríos caminos de la muerte.

Moribundo, el anciano y el barco a la deriva llegaron por fin a tierra. Con sus últimas fuerzas el anciano bajo a la playa, solo para encontrar restos de una civilización que había sucumbido ante el poder del gran volcán a cuyo pie habían erigido su ciudad. El anciano no comprendió nada, hasta que un pequeño indígena se le acerco:
- Hombre viejo venir de lejos, ¿haber visto gran incendio de aldea?
- Yo he visto la luz, el resplandor de Dios que me dijo que viniera.
- Y por qué en lugar de esperar al resplandor no viniste antes, pedazo de boludo.
Fin

domingo, 1 de febrero de 2015

Sueño con Ginebra

No recuerdo como cuando o donde, pero en algún punto de mi vida empecé a amar a Ginebra.

Es decir, tuvo que haber ocurrido en algún momento, ¿no? No pude nacer amándola. Tampoco pude desearla antes de haberla visto por primera vez. ¿Cómo podría? Busco y nadie antes que ella pudo dejar grabada en mi memoria una sonrisa, una mirada de asombro, hasta sus enojos. ¡Esos enojos! Su voz se elevaba, sus mejillas enrojecían y su mirada me atravesaba. Esa brillante mirada que siempre estuvo llena de risa para mí, incluso en esos momentos.

Sé que nos conocimos hace ya once años. En realidad ella me conoció a mí un año antes. Mejor me explico. Cuando comencé mi primer trabajo, la empresa tenía un método curioso de “promoción”: el grado de responsabilidad de un puesto era directamente proporcional al piso en que se trabajaba. Cuando entré como pasante pasé el primer año en el subsuelo. El único momento en que veíamos la luz de día era en la hora del almuerzo, que se tomaba en el sexto piso. Este estaba acondicionado como comedor, dedicado exclusivamente a todos los pisos por debajo. Demás está decir que del séptimo piso hacía arriba comían en la terraza.

Como decía, siendo el almuerzo el único momento de luz natural, todos los días subíamos y nos quedábamos el mayor tiempo posible, charlando de cualquier cosa que se nos ocurriera. En muchas ocasiones contaba alguna que otra anécdota que tengo, siempre de manera teatral y con mucho alboroto. Esas anécdotas eran un pequeño divertimento propio y me gustaba adornarlas lo más que podía, siempre tratando de sonar convincente.

Al cabo de un año fui “promovido” al primer piso. Lentamente fui dejando de almorzar con el viejo grupo y reuniéndome con mis nuevos compañeros. Si bien algunos habían sido promovidos conmigo la mayoría eran nuevos para mí, por lo que de vez en cuando aprovechaba para repetir alguna anécdota.

En un par de ocasiones atrapé a Ginebra mirándome fijamente durante la narración, pero había algo extraño en su mirada. No parecía que estuviera enganchada con la historia, ni tampoco que la odiara. Era algo más, pero no lograba entender qué. Cuando pasó por tercera vez no pude contenerme más:

- Che – le dije en un momento que estuvimos a solas – cada vez que cuento una de mis anécdotas me miras con cara rara. ¿Te molestan?

- No, para nada. Pasa que ya escuché todas el año pasado, y me causa gracia como son cada vez más exageradas. También es muy gracioso como las contás, parecen historias de ficción casi.

- ¿Cómo que las escuchaste el año pasado?

- Si, obvio, el comedor no es tan grande, y cuando te metes se te escucha de todos lados.

No imagino la cara que puse, porque ella se largó a reír, a tal punto que sus mejillas enrojecieron y empezaron a caer lágrimas de sus ojos. Cada vez que parecía calmarse yo trataba de decir algo y enseguida empezaba de nuevo. Habremos estado así diez minutos hasta que finalmente pudo contenerse.

Como muchas veces pasa en la vida cambiamos de trabajo y hace más o menos unos tres años que no la he vuelto a ver. Hace poco me enteré que se iba a casar. Fue una de esas sorpresas de las que uno no debería sorprenderse. Es como encontrar a un amigo de la infancia y ver que tiene canas. «Estás igual.», «nos juntamos los chicos», «¡Tanto tiempo!», frases típicas que todos creemos que nunca vamos a usar.

Hace un par de semanas caminando por el microcentro me encontré con Gastón, un ex-compañero de esa empresa. Aprovechando que el día venía tranquilo le ofrecí sentarnos en un café a ponernos al día. Empezamos contándonos nuestras cosas y, como siempre pasa en estas situaciones, pasamos a intercambiar noticias y recuerdos de nuestros ex-compañeros. Como poco tiempo antes yo volví a trabajar con otro ex-compañero, me enteré que estaba comprometido y se lo comenté.

- No es él solo, – me respondió – todos se están casando. El año pasado Martín y Lucas. Fernanda ya lleva dos años, y Ginebra se casa en un par de meses.

Si hubiera sido una mano de truco me hubiera ido al mazo enseguida. De hecho Gastón estaba al tanto de mi interés romántico en Ginebra, y que nunca había tenido el coraje de invitarla a salir. Conociendo su forma de ser estoy seguro que pensó que lo mejor era decírmelo sin vueltas. En ese momento pensé que no se equivocaba, ya que después del golpe inicial y una pequeña charla sobre el tema todo siguió normalmente.

Pero desde entonces la idea está rondando mi cabeza varias veces al día. «¿Y cómo es él?», «¿En qué lugar se enamoró de ti?», «¿De donde es? ». Sin querer me había vuelto una parodia de José Luis Perales. Lo que nos lleva al sueño que tuve hace un rato.

Me despierto en lo que parece ser una cama de hotel. En un ángulo frente a mí veo un televisor, gigante, como de 50 pulgadas o más. Me siento y me doy cuenta que no es solo el televisor, todo parece ser más grande que de costumbre.

Una mujer está sentada en una silla frente a mí. Se acerca y me levanta en brazos. De entrada pienso que es Angelina Jolie (¡tantos niños adoptados!) pero casi enseguida se desvanece la idea. Aparentemente soy un niño, pero la forma en que me trata demuestra algo distinto. Charlamos mientras me va vistiendo, hablamos de política, de trabajo, como dos adultos hablarían normalmente durante el desayuno. Una vez vestido me baja de la cama y voy al baño. Un espejo de cuerpo entero me muestra a alguien parecido a mí, pero diferente. No entiendo que me lleva a esa conclusión, solo me siento diferente. Menos alto. Menos fuerte. Menos.

Voy a la cocina y comenzamos a desayunar, continuando la conversación hasta que la noticia de que Ginebra se casa surge. En ese momento recuerdo la persona que en realidad soy. Vuelvo a tener mi estatura natural, mi fuerza. Sin mediar palabra corro hacia la puerta de calle.

Al salir me encuentro en una villa cercana al mar, en una isla poblada. Corro hacia los muelles buscando quien quiera sacarme de la isla, pero nadie está dispuesto. Huyo, desesperado, hacia el centro de la isla, hacia los bosques, donde me pierdo. Mi ropa se enreda, se rompe hasta que quedo nuevamente desnudo, pequeño, débil. Caigo sentado a la sombra de un gran árbol y me pongo a llorar. Nadie puede o quiere escucharme por lo que hago más grande el berrinche. Insisto hasta que el aire se siente como fuego saliendo de mis pulmones, mi garganta se empieza a cerrar y ya no tengo lágrimas para llorar.

De repente me encuentro sentado en el medio de lo que parece ser un salón de recepciones. Una mujer, a la que reconozco como la madre de Ginebra, me levanta en brazos y me reta mientras me lleva en andas:

- ¿Cómo podés estar así, mal vestido? Tenés que estar presentable, es la boda de mi hija. Vamos a que te arregle un poco.

Me sienta y a mi lado está Ginebra. Su madre se olvida de mí y se arrodilla frente a ella para ajustarle parte del vestido. Me miro al espejo y veo que estoy vestido con un smoking para chico, con volados en donde van los botones. Me siento avergonzado, ridiculizado, envuelto en un disfraz sin sentido.

Ginebra me sube en sus rodillas y me pregunta por qué me pongo así. Sollozando le cuento todo lo que tuve que hacer para llegar. Ella me consuela, me abraza y me susurra al oído:

- Pero ya está todo bien, llegaste.

Esas palabras me transforman. Siento que crezco más allá de lo que soy, más firme, más fuerte. Con un tono de voz que nunca había me oído le respondo:

- Pero no llegué a tiempo.

Ella se aparta de mí, espantada. La miro a los ojos, me pierdo en ellos. Charlamos durante un rato. No estoy seguro de que me dice o como le contesto, hasta que en un momento escucho “Voy a cancelarlo.” Sale y yo quedo esperando en la silla donde antes estaba sentada.

No lo puedo creer. Tanto tiempo perdido, tantas ansias escondidas, tanto sinsentido y desilusión, y una pequeña charla resuelve todo. Me siento eufórico. Me veo en el espejo y no soy el niño que hacía berrinches ni la persona que salió corriendo de su casa. Por primera vez veo un hombre, firme, decidido. Y me gusta lo que veo.

Ginebra vuelve tomando de la mano a su novio. Nos presenta y acercándose a mi rostro me mira fijamente a los ojos:

- Ya está hecho. Está cancelado – y con un golpe mortal completa la frase – el narrador en la boda, ya que estoy segura que te gustaría hacerlo vos.


Y con ese clásico paso de comedia desperté, riendo de rabia…

viernes, 2 de enero de 2015

Desperté agitado

Había sido una pesadilla extraña, bizarra. Caía en un pozo sin fin, con la vista hacía el cielo, que se iba achicando a cada segundo. Poco pasó antes de que la boca del pozo quedara fuera del alcance de mi vista. Solo sabía que seguía cayendo gracias a la corriente de aire que pasaba a mi lado. Pronto esa sensación se desvaneció, o quizás me había acostumbrado a ella, y ya no sabía si caía o no. Finalmente lo supe: había quedado suspendido en el vacío por siempre.

Desperté agitado. Tanteando en la oscuridad encontré el interruptor de la luz. Click. Nada. Seguramente hubo otro corte, desde que empezó el verano hay cortes todos los días. Tanteando las paredes logré encontrar el camino a la cocina. Pensé que un buen vaso de leche me calmaría y volvería a dormir. Abrí rápido y saqué la leche para que no se vaya el frío. Algo andaba mal, pero no podía darme cuenta qué. De repente lo supe: el sonido del motor de la heladera, todavía funcionando. Frenético busqué el interruptor de la luz de la cocina. Lo prendí y apagué varias veces. Nada. Finalmente lo supe: me había quedado ciego.

Desperté agitado. Busqué el interruptor y encendí la luz, pero no estaba en mi habitación. Caía en un pozo sin fin, con la vista hacia arriba, mientras la luz en el techo de mi cuarto se iba alejando a cada segundo. Poco pasó antes de que quedara fuera del alcance de mi vista.