martes, 19 de mayo de 2015

El dilema del erizo

El pequeño erizo tenía un dilema: ya no quería más sus espinas.

No era un tema estético; le gustaba como se agolpaban las púas sobre su lomo. Tampoco era un tema de incomodidad; ya estaba acostumbrado a llevarlas y no le molestaban en ninguna de sus actividades. Simplemente era un tema de envidia.

Esa mañana había conocido a un nuevo compañero, una tortuga. Durante toda la conversación el erizo prestaba más atención a su caparazón que a lo que el animal decía. Cada vez que él hablaba, eran todas preguntas relacionadas con el tema: ¿Y qué tan resistente es? ¿Por qué está hecha de distintas placas? ¿Cómo haces para llevarla a cuestas?

En el transcurso del interrogatorio la tortuga le confesó que muchas de ellas iban a morir a un valle en particular. Ni bien pudo se escapó de la charla y se dirigió raudamente hacía allí. En cuanto llegó vio cientos de caparazones; algunos eran de tortugas que hasta hace poco habían vivido, pero había otros que mostraban huellas de que el tiempo había pasado. El erizo buscó uno de estos últimos e intentó meterse adentro.

¡Pero no cabía! Por primera vez en su vida las espinas le estorbaban. Cada vez que intentaba meterse dentro de uno de los caparazones las espinas se doblaban hasta el punto en que empezaban a pinchar su lomo.

¿Cómo solucionar su problema? Buscó, con la esperanza de encontrar uno en el que cupiera, pero fue en vano. Distraído por la actividad no vio a un escorpión que se acercaba a él.

-          ¿Qué estás intentando hacer? – le preguntó el escorpión.
-          He visto a una tortuga hoy, y me ha encantado su caparazón. Quiero uno para mí, pero no estoy pudiendo encontrar ninguno que me sirva.
-          ¿Por qué no te sirven? Parecen lo suficientemente grandes como para que entres en alguno.
-          Yo pienso lo mismo, pero cada vez que lo intento mis púas se clavan en mi lomo.
-          ¿Y por qué no te deshaces de ellas? Una vez que tengas el caparazón, ya no te serán de utilidad.
-          Tienes razón, no lo había pensado. ¿Pero cómo puedo hacerlo?
-          Yo podría ayudarte – se ofreció el escorpión – a mí me han gustado tus espinas, y quisiera tener una o dos para mí.
-          Perfecto, te las puedes quedar todas.

El escorpión se acercó con sus tenazas y comenzó a cortarlas una por una. Cuando acabó con todas el erizo se dio vuelta y fue a buscar uno de los caparazones, pero en ese momento el escorpión le clavo su aguijón en el medio de su blando lomo desprotegido.

-          Ayyy, ¿por qué has hecho eso? Si te di las espinas como pediste.
-          No eran tus espinas lo que quería; quedando indefenso me has dado la oportunidad de clavarte mi aguijón y apresarte.
-          Pero yo solo quería un caparazón, ¿por qué ha pasado esto?
-          Porque por tratar de conseguir un capricho te has deshecho de lo que realmente necesitabas.

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